jueves, 2 de enero de 2014

Penumbra (Amy Lowell)





PENUMBRA


Mientras estoy aquí sentada en la quieta noche de verano, 
de pronto, en la lejana carretera, se oye 
el rechinar y el acelerar de un tranvía eléctrico. 
Y, más lejos todavía, 
el fuerte resoplar de una máquina, 
seguido del desagarrado arrastrar de un tren de carga cambiando de vía. 
Estos son los ruidos que hacen los hombres 
en el largo ajetreo de la vida. 
Seguirán haciendo siempre estos ruidos, 
aun después que yo haya muerto y ya no pueda oírlos. 
Sentada aquí en la noche de verano, 
estoy pensando en mi muerte. 
¿Qué pasará contigo? 
Verás mi silla 
con su brillante cobertor de zaraza 
iluminada por el sol de mediodía, 
como ahora, 
verás mi mesa angosta 
donde he estado escribiendo tantas horas. 
Mis perros meterán sus hocicos en tu mano, 
preguntando -preguntando- 
y pendientes de ti con ojos perplejos. 

La vieja casa todavía está aquí, 
la vieja casa que me ha conocido desde el principio. 
Las paredes que me han visto jugar: 
con soldados, canicas, muñecas de papel, 
que me han protegido a mí y a mis libros. 

La puerta de entrada estará mirando a los viejos árboles 
donde, cuando era niña, jugaba con muertos y con incendios; 
mirará la ancha vereda de grava 
donde yo rodaba mi aro, 
y las matas de rododendro 
donde cogía mariposas de pintas negras. 

La vieja casa te guardará a ti, 
como yo he hecho. 
Sus paredes y sus cuartos te guardarán, 
y yo susurraré mis pensamientos y fantasías 
como siempre, 
en las páginas de mis libros.

Algún día tú estarás sentada aquí
en una apacible noche de verano,
oirás el fragor de los tranvías,
pero no estarás sola,
porque todas esas cosas son parte de mí.
Y mi amor seguirá hablándote
a través de las sillas, de las mesas, de los cuadros,
como mi voz lo hace ahora,
y de pronto sentirás la inevitable caricia de mi mano.