"Hablamos de escritores que están en el centro del escenario y de escritores marginales; de escritores que prolongan el lenguaje hegemónico y de los que buscan mirar desde otra parte, crear otra sintaxis narrativa, averiguar algo que está ahí y no se nombra: es cierto que los vencedores tienden a sorberlo todo, a arrastrarlo todo en el cortejo con que celebran su victoria, como nos ha enseñado Walter Benjamin. No en vano, "(l)o estético significa lo que Max Horkheimer llamó una especie de "represión interna" en la que el poder social se introduce más profundamente en los mismos cuerpos de aquellos a los que sojuzga". Lo escribió así Terry Eagleton en su libro La estética como ideología: la formación del gusto como una forma profunda de dominio. Se imponen modas, temas, maneras de mirar, de escribir; se impone una retórica que envuelve cuanto tenemos a mano. Son los códigos éticos y estéticos hegemónicos: circulan en su tiempo con naturalidad, al alcance de cualquier artista. Sin duda es más fácil escribir desde ellos; pero se levantan sobre una densa malla de otros códigos posibles; olvidan y ocultan el presentimiento de otros valores, algunos de los cuales, imperceptiblemente, acabarán siendo hegemónicos. Los novelistas lo sabemos. La novela cambia de manos sin que nos demos cuenta. Lo vemos a diario: muchos novelistas contemporáneos siguen convencidos de que su visión es una visión a contrapelo de la dominante, cuando ya hace tiempo que se han convertido en parte de la narración con que el poder se viste. A lo mejor, ellos no lo saben, pero lo que en sus primeros libros fue investigación ya es poco más que retórica. El novelista está obligado a ser un animal atento, liebre, pulga; a saber escapar un minuto antes de que el poder lo colonice."
Rafael Chirbes, Por cuenta propia