"Sobre Xavier Sabater".
Prólogo al libro Oscuros silencios de bronce
Prólogo al libro Oscuros silencios de bronce
(Ediciones La Cloaca, Barcelona, 1978).
Xavier tiene una rosa tatuada en el brazo izquierdo: pétalos rojos entre hojas verdes. Los contornos son amarillos y negros. Se la hizo un artesano del tatuaje en Amberes, una noche, cuando era el más joven, y el único español, de un carguero que hacía la ruta del Mar del Norte. Años de 1972, 1973, 1974, lo más lejos posible de España. Es una rosa grande, de colores muy vivos, dibujada con una destreza bastante aceptable entre la mano y el codo. Pétalos con pelo, hojas verdes con pelo, que mantienen sus colores originales en la palidez del antebrazo.
Eran los años en que los jóvenes poetas leían a Dashiell Hammett, Maurice Blanchot y las antologías de Castellet. No es la clave de esos fines de semana, por supuesto; es más, algunos ni siquiera sabían de Blanchot y leían solamente a Castellet, pero más o menos es una imagen (entre otras, igualmente pulcras) de una situación determinada, que me sirve para delimitar los trabajos de Xavier: él se sale despacito, digamos de una manera ingenua y dulce, de aquellos buenos o malos horizontes. En vez de escribir con faltas ortográficas entre líneas escribe con faltas ortográficas reales. En vez de pensar en literatura piensa en música. Sin embargo no se hace crítico de rock.
Aceptemos que nació dentro de un taxi y que entonces su visión de la vida, además de ser refinada y espectacular, tiene la torpeza del navajero herido en una calle solitaria (donde nada se mueve, ni la herida ni el amanecer) y la velocidad de una carrera de automóviles sintonizada en todos los televisores de esa misma calle citada párrafos arriba. La indiferencia y el amor. Pero también el amok y la hipnosis; los sonámbulos y el falso psiquiatra herido de muerte.
Poesías bajo Tierra, su primer libro, está lleno de erratas. Tan lleno de erratas (grandes, regulares, pequeñas, tamaño aurora y tamaño crepúsculo) que a veces pienso si el tipógrafo no estaría loco; por lo menos su incompetencia creó roturas y bifurcaciones (digamos, al estilo de Soto) que añaden al texto un espacio nervioso, un pedazo de guerra y prisas: la suntuosidad distribuyendo al azar, como un rey que ya no espera nada, los acentos y las comas, las eses y zetas, la composición ilegible. Impreso en hojas amarillas con tres o cuatro ilustraciones de Robert Crumb, los poemas, de aliento beatnik, hablan de adolescentes y carreteras, muchachas y ciudades, homosexuales y restaurantes, correspondencias caleidoscópicas que a veces daban autostop al lector y a veces no. Una experiencia ambigua buscada con esperanza valleinclanesca. Y viceversa. Hasta que el vértigo y la ruptura se transformaran en algo así como un caballo, más amable, más rápido.
En sus primeros poemas también están el mareo y los atardeceres lentísimos de una Barcelona portuaria y loca y fuera de la ley (y dentro del artículo de peligrosidad social) narrados por un joven-macho-desesperado mientras la contra cultura bailaba flamenco en los fumaderos de opio del barrio chino.
Un aura de Doctor Fu-Man-Chu impúber electrocutado por una banda de rock.
¿Cómo desemparentar a Xavier de los cómix marginales de Montesol, Ceesepe, Nazario? Poemas publicados en Star, Ajoblanco, fanzines y revistas ultraefímeras donde pide a gritos que se lo lleven preso, o algo así. Poemas publicados bajo seudónimo. Poemas dedicados a las flores (juro que es verdad). Poemas censurados. “Esto está mal escrito”, le decían, o bien “si publico esto me multan la revista”. Puntos de vista que se confundían, en 1972, 1973, escribiendo poemas españoles.
Xavier construye revistas. Lo hace con lo peor y más barato y más podrido de la joven literatura barcelonesa. Un sobreviviente de esos meses me dijo que encontrar un equipo peor era imposible. He releído algunos viejos ejemplares inencontrables: francamente no puedo imaginarme las caras de los hipotéticos lectores habidos.
Ácrata, pasota, borracho, hippie, suicida festivo, amateur, sin leer nada, sin mirar los últimos Guinovart, sin escuchar ni de oídas a Cage, repelente, vicioso perdido, gratuito. La única manera, sé que lo ha escrito en alguna página escondida, de ser poeta (de ser un poco poeta la mayor parte posible de tiempo) en lo que era la Reserva Espiritual de Occidente.
A fin de cuentas Xavier es un muchacho típico de su generación y sus primeros trabajos (Poesías bajo Tierra, algunos poemas sueltos) me parecen verdaderamente importantes en una posible evaluación de la joven poesía española marginal de principios de los setenta, por su agresividad enorme, por su desafío lleno de trizaduras, de lugares comunes dinamitados y vueltos a construir gracias a un estilo (el estilo es un fraude, dijo William De Kooning y Xavier al escribir el "Canto sin Remisión" lo sabía) que se autolesiona como místico del Palmar de Troya. En las 32 páginas del libro se repite un único gesto: la voz afásica que dice que no puede más. Alrededor, a manera de turbante, similar a las castañuelas de Zappa, que giran sobre la hoguera, encuentro los insultos, las masturbaciones, las fugas, los muertos, las fotografías, los sueños y los taxis que van dejando refinados regueros de sangre desde Hospitalet hasta la Barceloneta.
"Noches de Sant-Boi", "Comunión", "Antaño recogía las palabras que el viento traía", "Elaboración N.° 3 a Oscuras", "Meditabundios", "Un Amor Nada Platónico" (donde veo la sombra de un viejo poema de Bukowski) y buena parte de los "8 Poemas Insubstanciales", son los textos que más me gustan de su segundo libro, Oscuros Silencios de Bronce. Tal vez prolongan lo mejor de su poesía primera: la capacidad de asombro. Los leo como adivinanzas, como chistes, como diario de vida de un tipo catalán que a veces juega conmigo al flipper y que tiene, como yo, 25 años.
Entre sus dos libros hay muchas botellas de ron, María, revistas viejas y revistas nuevas, sus viajes, sus amigos, 200 oficios diferentes (según él, y un día de estos, por pura curiosidad, voy a hacer que me los enumere), peleas, fracasos, recomienzos, en fin, la misma gama de cosas que todo poeta joven y escaso de fortuna tiene que comerse.
¿Sus influencias literarias? No sé. Preferiría decir que no tiene, aunque a veces me parezca clarísimo ver a un Ginsberg y a un Corso mal traducidos en su primer libro y a un John Giorno y a cierto Frank Lima (que no ha leído) en algunas partes de los Oscuros Silencios de Bronce. Pero realmente no lo sé.
Su formación y su información (incluidas las literarias) son callejeras. El rock y Roberto Alcázar & Pedrín en “Poesías bajo Tierra” y las noticias sincopadas del periódico de la mañana leído a mediodía junto a tres cervezas (y Roberto Alcázar & Pedrín) en Oscuros Silencios de Bronce.
Lentos poemas de borrachera.
Buenas y peores vivencias.
Xavier es un santo.
Exceso y vacío de mitos.
Pero sobre todo puentes hechos a mano para cruzar a cualquier lado.
Roberto Bolaño, 1978