El concepto de lucha de clases puede inducir a error. No se trata de una prueba de fuerza en la que se decide la cuestión "¿quién gana, quién pierde?"; no se trata ni de una pelea tras la cual el vencedor le irá bien y mal al perdedor. Pensar así equivale a encubrir románticamente los hechos. Pues la burguesía, venza o pierda en la lucha, se encuentra condenada a sucumbir debido a sus profundas contradicciones internas, que en el curso de su desarrollo se volverán mortales. La cuestión es tan sólo si sucumbirá por sí misma o por la fuerza del proletariado. La respuesta final decidirá si el desarrollo cultural de tres mil años persistirá o llegará a su fin. La historia no conoce la mala infinitud que da la imagen de los dos eternos luchadores. El verdadero político sólo calcula a plazos. Y si la supresión de la burguesía no queda consumada en un instante ya casi calculable del desarrollo económico y técnico (la inflación y el empleo del gas como arma que anuncia su llegada), todo estará perdido. Hay que cortar la mecha antes de que la chispa llegue a encender la dinamita. La intervención, el peligro y el ritmo propio del político son hoy técnicos, no caballerescos.
Walter Benjamin, Calle de dirección única [Einbahnstrasse], 1928